¿Qué es la condromalacia o condropatía rotuliana?
La condromalacia rotuliana, también conocida como condropatía rotuliana o síndrome femoropatelar, es un término que describe la alteración del cartílago bajo la rótula, y que suele causar dolor en la parte frontal (el “hueso” redondo) de la rodilla.
Ese cartílago tiene una función muy importante: permitir que la rótula se deslice suavemente sobre el fémur cada vez que doblamos o estiramos la pierna.
Pero a veces, ese cartílago deja de funcionar como debería. Puede empezar a agrietarse o desgastarse. Cuando esto ocurre, el movimiento no es tan fluido, y las estructuras alrededor pueden percibir una sobrecarga o irritación, que se traduce en dolor.
¿Por qué aparece esta alteración?
Buena pregunta. No siempre hay una causa única. De hecho, suele ser una mezcla de factores. Te contamos los más comunes:
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El cartílago sufre cuando lo usamos en exceso sin darle tiempo a recuperarse (por ejemplo, al correr todos los días sin una base muscular adecuada).
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También se ve afectado si hay un desalineamiento en la rótula, lo que hace que se desplace “rozando” más por un lado que por otro.
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Y, cómo no, influye mucho el estado de los músculos que rodean la rodilla. Cuando los cuádriceps, los glúteos o los isquiotibiales no están trabajando bien, la carga sobre la rótula se distribuye mal.
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Incluso tu forma de pisar (sí, los pies también tienen mucho que decir) puede estar influyendo en cómo se comporta esa rótula al moverse.
Pero… ¿por qué duele tanto la condromalacia rotuliana si “solo” es el cartílago?
Aquí entra en juego una idea clave: el dolor no siempre refleja el grado real de daño en los tejidos. Y esto es especialmente importante en la condromalacia rotuliana.
Sabemos que el cartílago no tiene terminaciones nerviosas, es decir, no puede doler por sí mismo. Entonces, ¿de dónde viene el dolor?
Cuando el cartílago se sobrecarga o se desgasta un poco, las estructuras vecinas sí pueden inflamarse o volverse más sensibles como el hueso, la membrana articular, los tendones o los músculos que rodean la articulación. Esto genera un dolor localizado, más o menos identificable, que se activa con ciertos movimientos o posturas.
Pero a veces el cuerpo entra en un estado de “alerta prolongada”, como si no terminara de salir del modo protección. El sistema nervioso empieza a exagerar la señal de dolor, elevando el “volumen” de forma innecesaria, incluso cuando ya no hay un daño estructural importante o cuando el tejido ha empezado a recuperarse. Es lo que se conoce como sensibilización.
En este estado, el dolor ya no depende solo de lo que pasa en la rodilla (dolor local), sino de cómo el cerebro y la médula espinal están interpretando la amenaza (dolor más generalizado o amplificado).
¿Qué síntomas suele provocar la condromalacia rotuliana?
El síntoma principal es el dolor en la parte delantera de la rodilla, que aparece sobre todo en situaciones donde la rótula se comprime contra el fémur. No se trata de un dolor agudo o punzante como el de una lesión grave, sino más bien de una molestia profunda, a veces difusa, como si “la rodilla se quejara” al moverse.
¿Cuándo suele doler?
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Al subir o bajar escaleras: bajar escaleras, especialmente, suele ser más molesto, porque la rodilla soporta más carga (tu propio peso corporal) en posición flexionada.
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Al estar mucho tiempo sentado: tras estar un rato con las piernas dobladas (por ejemplo, viendo una película, en un coche o en una reunión), la rótula se comprime contra el cartílago durante un tiempo prolongado.
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Al hacer sentadillas o agacharse: por la carga en flexión profunda.
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Al mover la rótula: puede notarse un chasquido, roce o crujido, aunque no siempre es doloroso. Estos ruidos son comunes, incluso en rodillas sanas, y no implican daño por sí solos.
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A veces hay una sensación de inestabilidad o debilidad, como si la rodilla no respondiera bien o “fallara”. Esto ocurre porque cuando el cartílago está afectado, el sistema nervioso tiende a proteger la zona, reduciendo la fuerza o modificando el patrón de movimiento. El resultado es que la rodilla parece menos estable o menos coordinada de lo habitual.
También puede haber una ligera rigidez o inflamación, sobre todo después de estar de pie mucho tiempo o al comenzar a moverse tras el reposo.
¿Cómo se trata?
El tratamiento de la condromalacia o condropatía rotuliana no se trata solo de “arreglar el cartílago” (porque, de hecho, no hay una forma directa de regenerarlo a corto plazo), sino de modular la sensibilidad del sistema nervioso, recuperar la movilidad, y sobre todo, reeducar al cuerpo para que vuelva a confiar en ese movimiento.
La combinación de ejercicio bien dosificado, educación en dolor, técnicas manuales y un entorno seguro y progresivo, ayuda a calmar la alerta, disminuir la tensión muscular y reducir el dolor, tanto el local como el amplificado.
Te explicamos los pilares del tratamiento que desde FisioReact seguimos:
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Explicarte qué es la condromalacia, por qué duele y qué papel juega el sistema nervioso es clave para no caer en el miedo al movimiento.
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Te ayudamos a fortalecer los músculos que estabilizan la rótula (sobre todo cuádriceps y glúteos) es la base del tratamiento. Pero no se trata de hacer cualquier ejercicio, sino de un programa progresivo, bien adaptado y supervisado.
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A veces, corregimos pequeños gestos (cómo caminas, cómo te agachas o cómo corres) puede marcar la diferencia.
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Podemos incluir técnicas como la terapia manual, vendajes neuromusculares o punción seca (cuando hay tensión muscular asociada), para aliviar síntomas y facilitar el trabajo activo.
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En casos más intensos, puede ser útil reducir o modificar ciertas actividades durante un tiempo (por ejemplo, dejar de correr y hacer bici estática), pero el objetivo siempre será volver a moverte sin miedo ni dolor.
¿La condromalacia rotuliana tiene cura?
Buena noticia: en la mayoría de los casos, sí mejora significativamente, hasta el punto de volver a hacer vida normal sin dolor limitante, aunque el tratamiento requiere constancia, paciencia y movimiento guiado.
Recuerda: el cartílago no tiene nervios, así que el dolor que sientes no viene directamente de “lo roto”, sino de cómo el cuerpo interpreta y protege esa zona. Y eso, por suerte, sí se puede cambiar.
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